La bicicleta es uno de los modos de transporte más eficientes y económicos que existen junto con caminar, y que desde sus orígenes a principios del siglo XIX, ha sido uno de los vehículos de transporte individual, a criterio personal, menos valorado en Centroamérica, no así en el resto del mundo, en donde hoy, en tiempos de crisis, debido a una pandemia los servicios de transporte público se han visto obligados a detenerse por completo.
No podemos decir en este momento a cuánto ascenderá el impacto económico que tendrá sobre el transporte público esta pandemia, o sobre los hogares pero si existen datos que cuantifican en cuánto se ha reducido la movilidad.
Para el 29 de marzo de 2020, la plataforma de Google reportaba cambios considerables en la movilidad en ciudades como Berlin, Alemania, producto de las medidas adoptadas de distanciamiento social para evitar el contagio por el virus, mostrando datos interesantes como una disminución dramática en la visita a ciertos lugares como restaurantes, cafés, museos con una reducción de hasta un 83% comparado con épocas recientes en donde las medidas no estaban en vigor todavía, y una disminución de hasta 63% en sitios como parques y plazas públicas por ejemplo.
Algunas ciudades alrededor del mundo han habilitado ciclovías temporales debido al paro en el transporte público, como Bogotá, o Nueva York que ha otorgado membresías gratuitas para el sistema de bicicletas públicas a trabajadores esenciales como doctores, socorristas y agentes de tránsito entre otros.
Existen ciudades de tamaño intermedio en Honduras en donde de acuerdo a datos estadísticos del INE, alrededor del 80% de los hogares no poseen automóvil propio, por lo que sus posibilidades de movilización sin el transporte público son escasas.
En países como Honduras, en donde se carece de muchos de los servicios básicos como el agua potable, energia, etcétera, no es de extrañar tampoco que los servicios de transporte público sean deficientes, por muchas razones las cuales no vamos a abordar en este tema, pero que limitan de manera considerable las posibilidades de desarrollo de una región y la de sus habitantes.
No obstante, existen alternativas que otorgan la posibilidad a las personas sin importar su clase social, de movilizarse por la ciudad, en este caso, la bicicleta es ese modo de transporte muchas veces asociado a las clases más desposeídas en América Latina, en contraste con el resto del mundo, en donde la bicicleta se vuelve una opción económica y eficiente para desplazarse; y que hoy día, a falta del transporte público, se convierte en una solución.
En ciudades de escala intermedia en Honduras (entre 50,000 y 500,000 habitantes) las distancias a recorrer en promedio son
menores a los 3 km.
“Cada viaje que se realiza en bicicleta en lugar del automóvil genera considerables beneficios económicos y ventajas para el individuo como para la comunidad”
Cycling: the way ahead for towns and cities (1999)
Algunas encuestas realizadas en 2018 por la fundación Ciudad Emergente en ciudades de tamaño intermedio como Danlí, Honduras, revelaron que el 17% de las personas encuestadas poseían bicicleta como medio de transporte. No obstante, la mayor parte de los viajes se realizaban en automóvil pese a ser una ciudad relativamente pequeña.
¿Pero qué se requiere para fomentar el uso de la bicicleta?
Para lograrlo es necesario primero comprender que la bicicleta es también un modo de transporte y por lo tanto debe ocupar también un lugar importante como una alternativa económica, sostenible, eficiente y amigable con el medio ambiente, además de ocupar menos espacio para estacionamiento y generar menos deterioro en la red vial de una ciudad.
De esta manera, reconociendo en primer lugar sus ventajas, es factible llevar el mensaje a los tomadores de decisiones, como los gobiernos locales, para que se promueva el diseño y construcción de infraestructura orientada a modos de transporte como la bicicleta, que dicho sea de paso, tiene un costo mucho menor de inversión que la infraestructura dedicada solo para automóviles.